Zaknafein Do'Urden: mentor, maestro, amigo. Yo, en la ciega agonía de mis propias frustraciones, en más de una ocasión llegué a negarle cualquiera de estos méritos. ¿Le pedí más de lo que podía dar? ¿Esperaba la perfección en un alma atormentada? ¿Fijé unas normas que no podía alcanzar, o que eran imposibles a la vista de las circunstancias? Podría haber sido como él, podría haber vivido envuelto en la red de una cólera inútil, sometido
al ataque diario de la perversidad encarnada por Menzoberranzan y la maldad de mi propia familia, sin poder encontrar jamás la manera de evadirme. Parece lógico decir que aprendemos de los errores de nuestros mayores. Esto, creo, fue mi salvación. Sin el ejemplo de Zaknafein, yo tampoco habría encontrado la forma de escapar, al menos no con vida. ¿Es el camino que he elegido mejor que la vida que conoció Zaknafein? Pienso que sí aunque a
veces, sumido en la desesperación, añoro aquel otro camino. Habría sido más fácil. Sin embargo, la verdad no es nada ante el autoengaño, y los principios no tienen valor si el idealista es incapaz de vivir de acuerdo con sus propias normas. Entonces éste es el mejor camino. Vivo con muchos pesares, por mi gente, por mí mismo, pero sobre todo por aquel maestro de armas, ahora perdido para siempre, que me enseñó cómo —y para qué— utilizar la espada. No hay dolor más grande que éste. Ni la puñalada de una daga aserrada ni el fuego del aliento de un dragón: nada quema en el corazón como la tristeza de haber perdido algo o a alguien, antes de haber conocido su valor. A menudo alzo mi copa en un brindis inútil, una disculpa destinada a unos oídos que no pueden escuchar:
A Zak, que inspiró mi coraje.
DRIZZT DO'URDEN
23 mar 2010
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